miércoles, 16 de septiembre de 2009

De pirotecnia y cosas peores...

Ayer 15 de septiembre me preparé mentalmente para un concierto de cuetes a partir de las 11 pm. No sé si será que el amor a la patria está frío frío, y la relación pueblo-gobierno pasa por una mala racha (creo que nos urge terapia de pareja), pero anoche no tronaron tantos cuetes como en otros años. También creo que la onda cuetera va un poco de acuerdo al código postal. Antes yo vivía en otro municipio que, evidentemente, sí le entraba a la pólvora con singular alegría (y no vieran el 12 de diciembre cómo se ponía la cosa). Pero me mudé hace 9 meses y por tanto, es mi primera fiesta patria en mi nuevo domicilio y al parecer a los habitantes de este barrio, eso del cueterío, pues como que no se les da.

Cuando yo era una adolescente sin más asunto, en casa de mis papás ayudaba una chica cuyos padres decidieron castigar eternamente bautizándola como Senorina. Sí, se la pasaron a prolongar, pero bueno, así se llamaba, y lo peor era que ni modo de decirle "Seno" o peor aún "Rina" como la jorobada de la novela, así que Senorina a secas se quedó.  Era muy joven, su edad estaba entre la de mi hermana y la mía, así que debía tener cerca de 15 años (ahora que lo pienso, de milagro no acusaron a mis papás de abuso de menores, ¡qué bárbaros!). Era una actriz en potencia, a veces hablaba como en un diálogo de una novela y le imprimía mucho dramatismo siempre a sus respuestas (a mi me daba mucha risa).
Bueno, el tema es que estaba Senorina recogiendo la cocina, cuando tocaron a la puerta. Era Carlos, mi vecino "de toda la vida" que venía a pedir un favor; a la salida de la escuela había comprado una paloma del tamaño de un sartén (en verdad, no exagero, era un pinche palomón tamaño ballena) y si su mamá, nerviosa natural, la veía, iba a terminar muy mal la cosa. Me pidió que se la guardara muy bien, porque la iba a tronar el 15 de septiembre en la noche. Se fue sin antes advertirme veinte veces que NO se me ocurriera prender el dichoso cuetón, cosa que, por supuesto, a mi no me interesaba en lo absoluto. Dejé el palomón sobre la mesa del comedor y me fuí a mi cuarto a hacer eso que me sale taaaan bien: echar la hueva (cuando todavía se podía). En esas estaba, oyendo un casette, cuando de pronto escuché a Senorina gritar como si la estuvieran desmembrando. Cuando abrí la puerta de mi cuarto, pasó Senorina como un demonio junto a mi y se escondió en la recámara de mi hermana, mientras gritaba: ¡¡Diosito perdónameeeee, no me quiero ir al infiernooooo!!, ¿Por qué yo, por qué yoooo?" Detrás de ella venía mi hermana con una cara de susto y estaba yo a punto de preguntarle: ¿qué pasa? cuando se oyó: BOOOOOM y se hizo un silencio tremendo. Senorina estaba debajo de la cama de mi hermana metida llorando, preguntando si había explotado la casa, mi hermana se reía nerviosa y yo no sabía ni qué había pasado. En menos de cinco minutos llegó Carlos indignadísimo. Más tarde se develó el misterio. Mi hermana, apenas vio la paloma, la tomó, se metió a la cocina y empezó a asustar a Senorina, diciéndole que la iba a prender. La pasó por la estufa en broma (eso decía ella...) hasta que en una de esas, la larga mecha cogió fuego (como dicen los cubanos) y a mi hermana lo único que se le ocurrió fue tirarla bajo la estufa (brillante, qué digo brillante... ¡extraordinario! not...) En menos de cinco minutos, Carlos estaba como loco tocando la puerta, indignadísimo conmigo por haber tronado su palomón, pues por supuesto que escuchó la explosión hasta su casa.  Nos tardamos una hora en recoger todos los miles de pedazos de papel periódico tirados en la cocina y otra más en desatorar a Senorina de abajo de la cama de mi hermana. No tengo idea cómo se metió, porque la muchacha no era de petacas discretas (esas fueron precisamente las que se gancharon con los clavos de abajo del box). Al final, ni mi mamá ni la mamá nerviosa del vecino se dieron cuenta porque cuando regresaron, todo estaba como si nada. Nunca se supo la historia, Senorina le aplicó la ley del hielo a mi hermana por una semana entera y yo aprendí que mi carnala no era muy digna de confianza, especialmente con los bienes ajenos. 

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