miércoles, 3 de febrero de 2010

El tropezadísimo finde

El sábado en la mañana subí corriendo las escaleras. En algún punto, mi pie huevón decidió no subir completo el escalón, hecho que provocó que justo la punta de mi bota rebotara en el filo del escalón. Perdí el equilibrio, salí volando hacia adelante y no tuve tiempo siquiera de meter las manos. Di el costalazo y me di varios golpes que todavía me duelen (especialmente el del brazo). Por la noche, entré a la habitación, no vi una maleta en el piso y estrellé mi penúltimo dedo del pie izquierdo contra la maleta. Es importante notar que algo casi igual ya me había pasado hace tres años, con dos variantes. La primera, que no fue el penúltimo, sino el último (dedo chiquito, pues), la segunda, que lo estrellé contra la tina de mosaico veneciano que tenía en mi ex casa. El madrazo fue tal que me caí adentro de la tina. Me dormí con mucho dolor y al día siguiente me levanté sólo para encontrarme el dedo peor, así que fuí al doctor, quien confirmó mis sospechas: dedo fracturado. No pasó a mayores, me entablillaron, me dieron dolac y facicam, y me mandaron pa'mi casa. El sábado pensé que me iba a desmayar de dolor. Me acosté y casi no pegué ojo en toda la noche por el dolor en el dedo. Me levanté al baño como a las 3 am y de regreso, me volví a dar en la misma puta maleta. IN-CRE-I-BLE. Me acabé de rematar el dedo y en la mañana lo vi feo, entre rojo y negro (en huelga, básicamente), muy inflamado y todo como desguanzado. Así que hice lo prudente: me entablillé, me empastillé y continué lo que estaba haciendo. Dos accidentes en un mismo día: phew...  eso sólo denota una cosa, o muy mala suerte, o mucha pendejez. Me inclino fuertemente por la segunda opción. Ahora el dedo va mejor, si está roto, pues va sanando, y si no está roto, pues no le caerá mal un poco de inmovilidad, a ver si así aprende a estarse quieto.

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